martes, 2 de enero de 2018

Ángel Velazquez hace un análisis sobre Epitafio para un Sueño.



En su más reciente publicación RESEÑAS, donde Ángel Velazquez nos regala un amplio abanico de reseñas en forma de viñetas o ensayos cortos, aparece esta reseña sobre Epitafio para un Sueño.
En un capítulo de mi libro Totalitarismo en Cuba escribí que la gente en Cuba anda caminando dormida: parecen estar viviendo, pero en un sueño metafísicamente real. Los ojos están abiertos pero una corriente de ensueño interior no les permite abordar la realidad tal y como es. Cuando más, se producen reacciones, molestia. El mecanismo de la ensoñación manipula la conciencia del cubano, sujeta a las exteriorizaciones de la propaganda ideológica, lo cual constituye un epifenómeno imposible para la investigación social y cultural, así para la literatura. Leyendo la edición CAAW sobre la novela Epitafio para un sueño de Carlos Alberto, no puedo pasar por alto y señalar que se trata de una narrativa juiciosa, elegante y penetrante: la vida siempre depara cosas esenciales al ser humano. Tomado al azar un diálogo de la novela, permite dar testimonio del ensueño de la “realidad de lo real”. La conciencia no está despierta…
“—Pepe, eso no es perdonar, estás equivocado. Perdonarla es verla por dentro. Es ver su esencia pura y no guiarte solo por sus actos, y, mucho menos, cuando no sabes las causas que los condicionan”.
El ensueño del condicionamiento constituye el ellan vital, el pecado original de Epitafio y médula espinal del impulso narrativo de la novela. Una historia en donde el personaje principal, Pepe el Salao, narra con lujo de detalles desde una perspectiva crítica, la formación y evolución del castrismo en Cuba hasta nuestros días. Con pluma ágil y clara, el autor desmenuza cuantas mentiras, primero los barbudos, luego los castristas, se apoderaron de la nación cubana y la sometieron a los designios macabros de la dictadura comunista.
La novela es un hábil testimonio que reflexiona sobre los mecanismos dictatoriales y comunistas, la manera de como desterraron de Cuba el derecho a la expresión pública, estableciendo la censura ideológica en todas las esferas de la vida cubana. Escrita retrospectivamente, haciendo uso de la memoria y la experiencia individual, Pepe se expresa de esta manera:
“Estoy viviendo en un mundo de mentiras. Mentiras que subyugan el pensar. Mentiras que desgarran el sentir. Mentiras que niegan libertades. Esas diabólicas mentiras inventadas en su mundo de fantasía, de sueños de poder, de tácticas con mañas. Camino solo hacia el acantilado. Allí están todos mis recuerdos (…) Ahí está también mi entrega, mis tiempos, esos que me quitó en estado catatónico (…) Llego al acantilado. Miro todo lo que desperdicié de mi vida. Es momento de decir adiós”.
La trama de la novela juega con los tiempos entronizados de acuerdo a las sucesivas formas de reprobación y represión de parte de la dictadura, lo cual finalmente motiva la salida del país. En pleno Periodo Especial, Pepe dice: “De enfilar el rumbo hacia una nueva vida. De olvidar por siempre esta pesadilla. Hoy es 13 de agosto de 1994. Me subo al barco y emprendo rumbo hacia otras tierras del mundo. Adiós Cuba. Me despido de ti y no regreso hasta que no seas completamente libre, y por si muero, te dejo mi Epitafio”.
Como casi todo un historiador de las mentalidades, el autor extrae de la historia transcurrida el lenguaje necesario para expresar, en la estructura narrativa de la novela, todo tipo de caracterización intrínseca al régimen totalitario: la falta de libertad, la angustia y la desesperanza en el porvenir.
Estas realidades no prueban la existencia de una conciencia lúcida ante los mecanismos del ensueño de la dominación, pero abren posibilidades infinitas a la huida frente la opresión.
“Pepe recorrió su vista por todos los rincones del patio de la prisión. Nada hermoso meritaba detener sus ojos para calmarse. Empezó a caminar y Ana María lo siguió. En su camino encontró un pedazo de periódico, nunca había visto un periódico que no fuera de Cuba, así que lo tomó y leyó con mucha atención, un recuadro que contenía una frase de Sigmund Freud: “Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo”.

Psicológicamente, Pepe había caído en la cuenta…

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