Cienfuegos, Cuba
Jueves, 4 de agosto de
1994
1:45 p.m.
Pepe regresó a su casa
pensando en todo lo que le había dicho Adelaida. Se miró al espejo y trató de
que la imagen reflejada fuera la de aquel Pepe que había conocido en el pasado.
Sin pensarlo dos veces, le dijo a su reflejo:
—¿Es posible que cueste
tanto trabajo reponerse a la pérdida de una mujer, cuando hay otras cosas más
dolorosas de las que nos reponemos con mayor rapidez?
Pepe había perdido a su
padre en junio de 1992 y supo aceptarlo. Una muerte dura, inesperada, insólita.
Aún recordaba esos momentos como si los estuviera viviendo. Alguien lo llamó
por el sistema de bocinas centrales del hospital. Él estaba en la sala de
terapia intermedia, le explicaba a su amigo Pedro la situación de su padre, que
necesitaba con urgencia un buen psiquiatra. Su padre estaba sufriendo un cuadro
de demencia senil. De nuevo su nombre, ahora sí lo escuchó bien claro.
—Sí, es a ti Pepe —le dijo
Pedro—. Vamos, yo te acompaño.
Se había desatado un
corre-corre en el hospital. Los pasillos eran un remolino de médicos,
enfermeras, personal de limpieza, pacientes y policías internos. «¡Alguien se
lanzó desde el quinto piso!», era lo que se escuchaba por todas partes. Y ahí
estaba, sentado, encajado en los escalones de una pequeña escalera que daba al
jardín. Su cabeza bañada en sangre, apoyada en el barandal de aluminio. Pepe se
quedó estático. Sus piernas empezaron a temblar. Su temperatura bajaba y las
gotas de sudor ya se convertían en pequeños hilos que le corrían por todo el
cuerpo. Todos los poros de su piel parecían manantiales de sudor. No podía
creerlo. «¿Cómo alguien podía lanzarse al vacío sin tener miedo?», pensó.
Alguien gritó: ¡Todavía
vive! Pedro salió corriendo y mandó a preparar el equipo de terapia intensiva
de la sala de emergencias. Ahí lo llevaron y allí murió en menos de una hora.
La pelvis rota en cinco partes y una severa fractura de cráneo. Era imposible
que pudiera sobrevivir.
Su padre había pasado a
formar parte de las estadísticas anuales de suicidio y, además, lo hizo sin
pensar que con el tiempo solo lo recordarían como aquel que se lanzó del quinto
piso del hospital provincial de Cienfuegos. Solo Pepe lo llevaría por siempre
en el corazón.
Nadie le habló a Pepe para
darle información, ni para investigar cómo y por qué sucedió, y hoy todavía no
se sabe qué pasó. ¿Se lanzaría? ¿Lo empujarían? Solo su padre lo sabe. ¿Cuántas
culpas lo habrán llevado a tomar esa decisión?
Pepe recordó el momento cuando
Pedro salió al pasillo de la sala. Se acercó a él, y lo abrazó.
—Acaba de morir—. Fue lo
único que dijo.
Pero eso no fue todo. Aún
después de haberse quitado la vida, su padre siguió padeciendo. Tardaron más de
ocho horas en entregarle el cadáver. Fue una verdadera odisea. No había
material para rellenarlo, ni algodón para taponearlo y la nevera donde guardaban
las vísceras no estaba funcionando porque se había descompuesto la cámara
frigorífica.
Después de hecha la
autopsia, hubo que cerrarlo con todo y mondongos. Dos horas antes de la hora
fijada para el entierro hubo que cerrar el ataúd y desalojar la sala donde lo
estaban velando. Su padre empezaba a dar señales de descomposición.
—Y eso que somos una
potencia médica —le dijo Pepe al espejo, al tiempo que vino a su mente una
conversación que había tenido con Pedro después que enterrara a su padre:
«—Creo saber por qué se
suicidó mi padre, Pedro.
—¿Qué piensas?
—Demasiado peso en sus
hombros. ¿Sabes cuántas discusiones tuvimos por el tema del socialismo y por
Fidel? Al final, mi padre debe haber sentido más arrepentimiento que glorias de
haber sido un comunista. Fidel, al igual que traicionó a todos lo que hicieron
la revolución junto a él, diciéndoles que sus ideas no eran ni socialistas, ni marxistas,
ni estalinistas, de esa misma forma traicionó a todos los que se subieron al
barco revolucionario y sostuvieron sus caprichos. Es triste ver pasar los años
y dar todo por una causa, y, de repente, verte solo y abandonado por ese mismo
gobierno al que tanto le entregaste. Mi padre no se perdía una zafra, no
faltaba a una movilización militar para estar preparado por si era necesario defender
a la patria en caso de un ataque imperialista, de esos que se inventaba este
viejo loco y que nunca llegaron. Y así pasaron los años, desperdiciando su
juventud y viendo como llegaba la vejez, hasta un día que lo sacaron del
trabajo sin una justificación aparente. No estaba enfermo, ni estaba
incapacitado. Solo para darle su puesto de trabajo al hijo de un amigo del
director de la empresa provincial de comercio interior. Mi padre atendía ese
mecanismo diabólico que se llama Oficoda[1], y lo jubilaron casi a la
fuerza. Se fue a la casa y sintió que le habían arrancado la vida. Jubílate en
este tiempo, con un salario de 80 pesos cubanos al mes, cuando todos los
precios se han elevado por encima de las nubes ¿Qué puedes comprar de comer en
este país con ese salario? Explícame, Pedro, qué puede sentir un hombre que esa
revolución que tanto defendió y hasta por la que se enemistó con su propio hijo
y parte de la familia que nunca creyó en Fidel, un día le da la espalda y lo
lanza a un olvido terrorífico. Creo que papá no pudo con esa culpa de sentir
que desperdició la vida miserablemente en este país de mierda, para ahora no
tener ni una vejez digna. Así le paga a su gente, este hijo de puta que tenemos
como presidente. ¿Dónde está esa palabrería barata de que en este país hay
igualdad y justeza cuando todo el mundo está jodido y Fidel es millonario? Así
es, Pedro, mi padre antes de decir que estaba arrepentido y menos reconocer que
yo tenía razón, su orgullo no lo dejó vivir un segundo más y se lanzó al abismo».
[1] Oficoda: abreviatura
para Oficina de Control para la Distribución de los Abastecimientos.
Institución administrativa cubana encargada de toda la tramitación de
documentos para incorporar o dar de baja del Registro de Consumidores a
cualquier individuo nacional. Igualmente, era la oficina que controlaba el Registro
de Consumidores para garantizar la llamada canasta básica de productos normados
por la Libreta de Abastecimientos.