sábado, 31 de octubre de 2020

ANTES DE LLEGAR AL EXILIO, YA ESTÁBAMOS JODIDAMENTE EXILIADOS.

 


 

CARTA DE UN CUBANO EXILIADO EN MÉXICO A SU MEJOR AMIGO EN CUBA.

Nota aclaratoria: Al momento de ser escrita esta carta el dólar estaba a $10.00 MXN.

 

México, 23 de julio de 1996

Mi buen amigo, Pepe.

Todavía sigo recibiendo correos de mis antiguos colegas de la universidad, preguntándome siempre lo mismo: «Charlie, ¿cómo van las cosas? Según nos informaste, debías regresar el día 30 de abril, al esto no hacerse efectivo, te solicito que me pongas al tanto de tu situación. Saludos V.M. Decano F.I.».

Como comprenderás, mi respuesta nunca les ha llegado. Espero que, a estas alturas, deban hacer uso de su buena inteligencia y darse cuenta de que no hace falta una respuesta para saber cuál es mi decisión.

Ha sido difícil tomar esta decisión, pero después de tres años viviendo en México, como vive un estudiante de doctorado, he podido comprobar que algo anda muy mal en «Dinamarca». Y te juro que no soy yo.

Pepe al igual que muchos, me sumo al grupo de los mal llamados «desertores». Te confieso que me llevó mucho tiempo tomar esta decisión, pero créeme que es la mejor y más sabia que he tomado en mi vida.

Hoy me pregunto, ¿qué hubiese sido de mí si esto hubiera pasado en el año 80? Me imagino a mis compañeros de la universidad yendo a mí casa a hacerme un acto de repudio. Movilizando a una selección del Sindicato y a varios estudiantes, sin que a esto faltase, además, la muchedumbre y el populacho gritándome: ¡Abajo la escoria!, ¡Que se vaya la escoria!, ¡Abajo la gusanera!

Créeme que no dejo de acordarme lo que hicieron con Jacobo, tu primo, a Reinaldo, y a muchos más que fueron víctimas de estas atrocidades. Estas consignas todavía martillean en mi mente, una tras otra, sin parar. Hoy me pregunto, además, ¿qué es lo que soy realmente? ¿Me convertí en una escoria? ¿Ahora me dirán gusano? ¿Soy un peligro potencial a la revolución, por el simple hecho de haberme quedado en México? ¿Dejé de ser cubano por decidir hacer mi vida en otro país?

Te juro que siento que me hicieron un «acto de repudio», no a la manera de aquellos tiempos, pero para el caso es lo mismo. Ojalá y exista un milagro que pueda borrar, para siempre, de la mente del cubano aquellos «actos de repudio», que son, a mi modo de ver las cosas, uno de los errores más grandes, entre tantos, que se han cometido en nuestro país. Ya la historia se encargará de probarlo.

Pero ya me cansé, amigo. Me cansé de trabajar y trabajar para esperar una nueva bicicleta como premio, o un apagón, o un mal salario, o simplemente, a no tener el más elemental de los derechos del hombre, que es la libertad.

Yo quiero trabajar y sentir que soy un hombre útil para la sociedad, pero también quiero sentirme útil para mí y para mi familia. Y eso, en Cuba, donde predomina la «ley del embudo», no hay Dios que lo consiga.

¿Y ahora qué me espera? Cinco o más años de castigo y con la peor condena de tener que pedir permiso a un cabrón para poder entrar a mi país. Nuestras leyes migratorias están hechas bajo la más vil trampa que haya engendrado cerebro humano. Cualquier mexicano se va de mojado al sueño americano y regresa cuando se le pega la gana. Nuestras leyes migratorias tienen el único y diabólico objetivo de separar a las familias cubanas. Esa es la venganza con que nos pagan por pensar diferente a como quieren ellos que pensemos. ¿Se quedaron?, ¡ahora se joden! Nuestra sanción es netamente macabra, diabólica y desmedida.

Siento que me estoy enfrentando a una lucha «de león contra mono», donde el mono está atado de sus cuatro extremidades. Ojalá y pronto llegue el comienzo de tiempos deseados, donde la razón se imponga a todos, a los «débiles y a los poderosos». No sé cuánto tiempo haya que esperar, pero tendrá que llegar ese día, porque ya nuestra isla y su gente no pueden seguir viviendo tanta humillación.

Y nada de cuento, hermano. Desde el momento que tomé esta decisión, no significa que soy un refugiado económico que se ha quedado por mejorar su nivel de vida, no, Pepe, la cosa es mucho más complicada. Me sancionan a cinco años sin poder entrar a Cuba a ver a mi familia porque soy un traidor a la patria, y si soy un traidor, es porque soy políticamente diferente.

Hoy recuerdo cuando llegué a México. Primero, sobreviví el miedo al capitalismo, pues ya te acordarás de que, en nuestro estrecho perfil de ver el mundo exterior, el capitalismo era el opio de los pueblos. No recuerdo haber visto nunca una noticia celebrando algo que viniera de un país capitalista. Así nos educaron. Así nos lavaron el cerebro desde que éramos niños. El socialismo era el modelo ideal para seguir por todos los pueblos del mundo. ¡Y créeme, hermano, todo es tan diferente!

Luego, vino el miedo a recorrer una calle con miles de autos. Miedo a una ciudad de más de veinte millones de habitantes. Miedo a la contaminación. Miedo a la inadaptación de mi organismo, el mareo y la sofocación de las primeras semanas en una ciudad que está a más de 2000 metros de altura sobre el nivel del mar. Miedo a la violencia, a la delincuencia. Miedo a todo. A no ser aceptado y a luchar contra muchos obstáculos, que empiezan desde el simple hecho de llegar a un lugar y percibir que el nacional se siente amenazado por la presencia de un extranjero, que, para colmo de males, es cubano. Obviamente, es una reacción natural que no critico porque es evidente que creerá que llegaste a desplazarlo, o a renegarlo.

¿Por qué hay que contratar a un extranjero? Esa es la pregunta clásica, y notarás la envidia, sentirás las puñaladas por la espalda y golpearás la cabeza contra la pared cansado de tanta hipocresía. Pero uno no se puede rendir. Hay que respirar profundo, contar hasta 10. Seguir adelante.

Y así pasan los días y se terminan los miedos, el mareo desaparece, me acostumbro al tráfico, a la gente, al frío, a la contaminación y empiezo a distinguir el matiz de las cosas. Empiezo a conocer más a las personas y con ello su ideología, idiosincrasia, comidas, formas de hablar. Todo es extraño, pero te adaptas. Y ahí viene el proceso de asimilación y aprendizaje. Pobre del cubano que crea que 20 millones de personas tienen que adaptarse a sus costumbres cuando es más fácil que sea él quien se adapte a las costumbres del país donde ha llegado.

Compruebas que el capitalismo no es tan malo como te lo pintaron, aunque hay mucha pobreza y muchos contrastes, pero se puede sobrevivir. Existen males necesarios y males tolerables. Pero, al menos, en estos países la pirámide social está al derecho y se estrecha en la medida que el nivel intelectual y económico aumenta, pero las posibilidades se amplían.

 Aquí, por estudiar me pagaban 500 dólares al mes. En Cuba, por trabajar como un animal, no llegaba a 5 dólares mensuales. Y ahí es donde te das cuenta de que nos han engañado toda la vida.

Después te llega el hastío. La decisión es dura y tiene que ser en silencio. Ahora aparecen otros temores. La reacción de la familia y, sobre todo, de mis padres, comunistas hasta la sepultura. La de mi hermano, que tú más que nadie sabes que siempre ha sido un tipo de doble cara que se esconde detrás de la fachada de comunista, pero si le rascas un poquito aparece, inevitablemente, su real facha de oportunista.

Temo mucho la reacción de los amigos, de los compañeros de trabajo, en fin, la de todos. En mis oídos resuenan esas horribles palabras. Es un martillo que golpea duro y constante: ¡traidor, desertor, vende patrias!

Doy el paso. Una nueva vida he construido desde que llegué. Ya tengo un buen empleo, un buen salario, ya tengo la camioneta que siempre soñé. Y no es que me importen las cosas materiales, pero no sabes cuántas veces me pregunto: si en Cuba trabajaba tanto, ¿por qué no podía tenerlas?

Sé positivamente que, con mi decisión, perderé a las personas en las que creía y quería. Uno a uno, todos los de Cuba me dejarán de escribir y si lo hacen, se esconderán en susurros. No les conviene, no pueden. También tienen miedos. La maquinaria los puede aplastar. Y el camino más fácil y obligado será renunciar a mi amistad.

Y cada día que termina, sientes el peso de todo lo anterior que te aplasta. Cada nuevo día, la determinación de salir adelante y triunfar. El tiempo pasa, los hábitos cambian, pero sigues trabajando duro. Los jefes se percatan. Sigues desafiando las pruebas, las zancadillas. Al final, convences. El sistema se abre, triunfas definitivamente y se abren posibilidades de estadios superiores. La vida cambia de matiz, tu pecho se llena de aire, pero la nostalgia y la horrible lejanía quedan en un pedacito de tu corazón, junto a ese pasado que hay, definitivamente, que dejar atrás. No se puede vivir fuera de Cuba con la cabeza en Cuba. Ese ha sido el motivo por lo que muchos cubanos fracasan al convertirse en exiliados. No acaban de entender que antes de llegar al exilio, ya estábamos jodidamente exiliados.

Vivir en el extranjero es largo y duro de contar. Es seguir siendo cubano sin tu Cuba. Es odiar a aquel que te impulsó a tomar la decisión de quedarte en otras tierras dejando atrás a tus seres queridos, a tus hijos, que quien sabe si algún día te perdonen que los dejaras atrás y te perdiste el sagrado derecho de verlos crecer. Es insertarse en un nuevo sistema. Es demostrar tus capacidades. Es olvidar a todos los que te llaman traidor y desertor. Olvidar al que no contesta tus llamadas o tus mensajes de correo electrónico. Es vibrar frente a un televisor cuando escuchas tu himno nacional en unos juegos olímpicos, es vivir el triunfo de un cubano como si fuera tuyo. Vivir fuera es también sentir siempre la tristeza y la nostalgia por lo tuyo, que ya no tienes y que sientes que alguien te lo ha arrebatado. Pero te das cuentas que hay que resistir, aunque no estén a tu lado tus seres más queridos, porque hay que luchar por una mejor vida —para uno y para ellos—. La vida que todos merecemos. Una vida en la que te niegues a continuar siendo esclavo y como decía Martí, vivir sin patria, pero sin amos.

Se hace duro insertarse, pero sí se puede vivir en el capitalismo. Y hablando de capitalismo, el otro día estuve conversando largamente con un taxista que me llevó desde el laboratorio donde trabajo hasta el taller donde había metido mi camioneta a servicio. Fue una conversación muy simple. El señor me narró cómo era un día de trabajo para él. Un humilde trabajador que maneja un taxi que tiene un dueño y al cual le paga una cuota fija diaria por manejarlo. En pocas palabras y como diría tu comandante FC, tiene un patrón neoliberal, y además capitalista, que lo explota.

No te voy a narrar lo que ese señor me contó, porque, conociéndote, te morirías de rabia. Pero sí puedo contarte lo que hacía yo a diario en Cuba.

Un profesor universitario, en Cuba, no desayuna ni chilaquiles, ni frijoles refritos, ni quesadillas. Coño, a veces no tiene ni para tomarse una taza de café. Se sube a su bicicleta china, por razones obvias, deja a su hijo en la escuela y sigue pedaleando para empezar su faena como docente-investigador, sin «un patrón capitalista que lo explote». A las 12 o 12:30 p.m. almuerza, en una bandeja metálica toda escachada, una sopa de suerte —de que le toque un pedacito de carne— y arroz con pollo cruzado con dragón, porque lo único que te encuentras del pollo son los cuellos, como si se criaran pollos de mil cabezas y un solo cuerpo, y esto es el día que está buena, porque lo normal es arroz blanco y algún caldo sin sazón y sin sabor. Una autentica comida de presidiario. El refresco ni soñarlo, y la carne ni se te ocurra preguntar por ella, porque puede resultar una pregunta subversiva. Después del mediodía, continúa su faena, ya sea dando clases o encerrado en el laboratorio tratando de descubrir la solución técnica que saque a Cuba de la crisis económica —lo sarcásticamente llamado Período Especial en Tiempo de Paz—. Un PPG[1], un refrigerador solar, un mineral del siglo que sirva para todo, un software importante, una vacuna contra el SIDA, algo que te dé para ganarte un premio en el siguiente fórum de ciencia y técnica —seguramente otra bicicleta—. No tiene posibilidad para ir a buscar a su hijo a la escuela porque la consagración al trabajo no lo permite y esto debe hacerlo su esposa cuando sale de su trabajo. A las 6 o 7 de la noche se fuma un cigarro, si es que lo tiene, y si no se lo pide al compañero, y sigue trabajando hasta la hora que decida el Sindicato, o el Partido, o el jefe que «no lo explota», pues hay que estar consagrado para sacar al país de la pobreza, aunque tú no tengas ni dónde caerte muerto.

Y ya muy tarde, la alegría o el descontento de estar, al fin, listo de nuevo frente al timón de su bicicleta, para irse a casita y encontrar la sorpresa que le espera: una esposa que no pudo cocinar porque su marido no fue a comprar el combustible que necesitaba la cocina, por estar tan consagrado. Antes de acostarse, tiene una pequeña e insignificante discusión con la mujer sobre las tareas a realizar al otro día, aparte de la consagración al trabajo en la universidad. Discusión que seguro termina en unos cuantos gritos, dos mandadas pa'la pinga, y, como siempre, una mujer que se acuesta y le da la espalda al marido porque ya no tiene ganas de tener sexo con un esposo tan consagrado en todo, menos en la familia. Y después a conciliar el sueño, pues al otro día se repite la misma historia, para a finales del mes recibir un salario menor a 5 dólares.

Pepe, ¡qué bueno que en Cuba no hay capitalismo! porque ese taxista del que te hablé, con orgullo y honradez, se gana casi 600 dólares al mes. Dinero que un cubano con un buen salario como el que yo creía que tenía, se ganaría en 10 años de trabajo.

¿Qué está jodido entonces, Pepe? ¿El capitalismo o el socialismo? Y a eso, súmale que tampoco somos libres. Ahí te lo dejo de tarea.

Te mando un abrazo y con las ganas enormes de verte pronto, pero fuera de Cuba.

 

Tu amigo que te estima y aprecia,

Charlie.

 

 



[1] PPG: nombre comercial de un medicamento cubano compuesto de policosanol, que es una mezcla de alcoholes primarios alifáticos superiores aislada de la caña de azúcar.

¿Qué sucede cuando votas por un resentido y acomplejado para presidente?


La mal llamada victoria revolucionaria contra Fulgencio Batista en enero de 1959 estableció en el poder a un grupo de guerrilleros del Movimiento 26 de Julio bajo la dirección de Fidel Castro —y una pandilla de asesinos, bajo el mando de su hermano Raúl Castro y Ernesto Guevara—, rebasó ampliamente los límites de Cuba, no solo traumatizando al continente latinoamericano y su viejo diferendo con los Estados Unidos, sino enalteciendo un catalítico cúmulo de extremismo revolucionario en las relaciones globales.

 

Todo el mundo quería ser como Castro y aplicar su bendita revolución. Toda América veía a Cuba como ejemplo a seguir. A solo 90 millas del imperio, Castro jugaba sus cartas y las supo jugar muy bien. Al menos, eso le hizo creer a todos.

 

Cuidado eficientemente por una pequeña columna guerrillera y una enmascarada pandilla de bandoleros, Castro se mantuvo en la comandancia o en la retaguardia y raramente sostuvo una acción de combate verdadera, pero al entrar victorioso en La Habana en enero del 59, se vio ante una nación que se rendía al culto de un nuevo caudillo, al nuevo Mesías que iluminaria al país y lo guiaría por el camino correcto hacia una nueva sociedad, en la que ya no cabría “la vieja mafia del poder ni la acaudalada oligarquía que intentaba hacer de Cuba una estrella más del imperio norteamericano”.

 

La revolución cubana irrumpe al escenario mundial precisamente en momentos en que se están produciendo cambios importantes en la configuración del planeta debido a los enfrentamientos entre “el Este y el Oeste”, influyendo contundentemente en algunos acontecimientos y empantanándose en otros. Nunca en la historia contemporánea de un país tan pequeño y escaso de recursos naturales se ha ejercido tanta influencia internacional.

 

Es entonces que surge el castrismo como una nueva corriente social en desarrollo y, peor aún, como una amenaza comunista sobre todo el continente americano. El castrismo no sólo es hijo del totalitarismo comunista ruso, sino que tiene hondas raíces en el pasado republicano y colonial de la Isla.

 

Según muchos expertos en el tema, de no haber existido el marxismo leninismo y el bloque comunista en la Europa del Este bajo la dirección de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Castro hubiese impuesto un esquema de poder y de control económico muy semejante al hoy existente. Su antinorteamericanismo se originó en el rencor transmitido por su padre —un soldado que sufrió la derrota militar de España a manos de Estados Unidos en la guerra hispanoamericana—. Ese sentimiento y otros que afectaron directamente en su personalidad y que vamos a contar en este escrito, se incubaron en Fidel para dar lugar a ese “carismático y querido líder que todos los izquierdistas del mundo querían tener como presidente” y que dirigió a Cuba hasta su muerte, incluso hasta después de muerto.

 

Ya en el poder, Castro hizo una limpieza total y todo aquel que fue demostrando desacuerdo con su forma de gobierno y por el camino que iba tomando la recién nacida revolución fue relegado al olvido o sepultado en una cárcel, en especial tras el abrupto viraje que dio cuando declaró el carácter socialista de la revolución cubana.

 

Existen muchas teorías a propósito del autoritarismo y arrogancia de Castro. Unos defienden la teoría conspirativa que, gracias a esa personalidad múltiple y compleja, Castro fue reclutado por la Agencia Central de Inteligencia CIA, con la expresa y única misión de destruir Cuba y que todo “su aparente antiamericanismo” era producto de un guion muy bien elaborado y actuado por un personaje a quien siempre le había gustado la actuación.

 

El argumento más importante que defiende esta teoría se basa en qué si los Gringos fueron capaces de inventar como pretexto liberar al mundo del comunismo para intervenir militarmente en Vietnam, ¿cómo permitieron que a menos de 90 millas de su territorio que Castro construyera una nación comunista? Suena lógico ¿O No?

 

Otro argumento de su arrogancia es que siempre fue un resentido social. Estos caudillos siempre tienen una historia oscura a lo largo de su vida o en su infancia. Hay muchas anécdotas que muestran que Castro, más que un ejemplo a seguir fue un pandillero y asesino durante su juventud. Por eso fue por lo que la CIA se fijó en él y lo envió a su primera misión en Colombia en 1944 cuando los sucesos del Bogotazo.

 

También se habla de mucho complejos y traumas de su niñez. Cuenta una historia familiar que Fidel siempre escondió: su bastardía. Y ninguno de los tantos que ha contado su biografía, se ha referido a esta parte de su vida.

 

Y aquí les va la historia (Tomada y Resumida del Blog de Carlos Ferrara):

Su padre Ángel Castro se casó con una maestra, la Srta. María Luisa Argota, a la que se llevó a Birán —lugar donde nació Fidel en el Oriente de la Isla— donde había comprado más tierras de cultivo para seguir ampliando sus latifundios, y allí tuvo cinco hijos con ella, de los cuales sobrevivieron dos: Pedro Emilio y Lidia.

 

Considero importante aclararles que estos señores de apellido Castro, eran y son hasta los días de hoy, un verdadero peligro para todo aquello que usara falda y se moviera… Y digo esto porque un día llegó a su hacienda, pidiendo trabajo de sirvienta, una mujer con una hija de 14 años, que se llamaba Lina Ruz. Don Ángel no solo le dio empleo a la madre, sino que le echo el ojo a la adolescente, con la que pronto formó una relación extramarital, de la cual nació una primera hija a la que le pusieron Ángela. Esta niña fue criada, como todos los bastardos, lejos de la casa del padre infiel, en el bohío de la madre de Lina.

 

A esta niña se sumó otro embarazo del cual nació un niño al que llamaron Ramón y que por razones obvias hizo estallar en colera a María Luisa, quién con justa razón abandonó la casa de Birán y se mudó a Santiago de Cuba con los dos hijos mayores y legítimos que le quedaron de aquel funesto matrimonio.

 

¿Qué creen que pasó entonces? Pues según se cuenta, Lina Ruz se instaló como primera dama y ama absoluta de la casa de Don Ángel, y fue entonces, que un día 13 de agosto de 1926 nació su tercer hijo —el mismísimo anticristo—, al que Don Ángel bautizó con el nombre de un canario amigo suyo y socio en los negocios: Fidel.

 

Para aplacar un poco el escándalo que se provocó cuando María Luisa le pide el divorcio a Don Ángel, éste decide ocultar la existencia de los hijos ilegítimos y, para eso, los manda a vivir con unos amigos. Fidel tenía en aquel entonces 4 años.

 

Fue así que Fidel tuvo que adaptarse, desde muy chamaco, a tener dos familias, par de papás, par de mamás, par de casas, y a lidiar con su bastardía, creando en él un rechazo total al significado de “esa palabra” al extremo que juró vengarse de todas esas humillaciones, a las que según él, había sido sometido cuando fue enviado como interno al Colegio de La Salle, donde, por tener como madre a una criada analfabeta y por no haber sido bautizado, lo llamaron "el judío".

 

Fue hasta los 8 años, que Fidel es finalmente bautizado, aunque el mal no queda reparado por completo porque en su acta oficial de bautismo aparece como Fidel Hipólito Ruz, sin que se haga mención del apellido Castro, ni de Don Ángel como padre legítimo.

 

Podrán imaginar que esto acrecentó aún más los complejos del chamaco, quién vivía un auténtico dilema de identidad; ni en la escuela ni en ninguna parte, le permiten firmar con el apellido de su verdadero padre.

 

No es hasta el año 1940, que Don Ángel y Lina por fin legalizan su relación y tres años después, Fidel y sus dos hermanos de sangre; Ángela y Ramón son por fin reconocidos como hijos legítimos de Don Ángel Castro. Para ese entonces Fidel ya había cumplido 17 años de vida, tiempo en el que había acumulado muchos resentimientos y toneladas de complejos.

 

Sin dudas ese momento debe haber sido inolvidable en la vida de quien se convertiría años después en una auténtica pesadilla para el pueblo cubano. Ese día Fidel Hipólito Ruz, se convirtió por fin en Fidel Alejandro Castro Ruz.

 

Sin dudas, esa parte de su vida en la que Fidel fue obligado a vivir en una total bastardía lo marcó y, dejó en él, una profunda huella en su personalidad.

Hasta aquí la anécdota…

 

Después de haberlo conocido y haber vivido en carne propia su tiránico gobierno totalitarista, no puedo olvidar unas palabras que un día me dijo mi abuelo cuando apenas era yo adolescente: “Mijo. Si algún día logras salirte de esta mierda de país y llegas a conocer lo que es la verdadera democracia y, con ello, consigues ejercer tu voto para elegir quien gobierna, fíjate bien en la persona que represente al partido que llegue a ser de tu preferencia... Investiga bien y profundiza en su pasado y en su niñez. Si vez que algo oscuro y humillante hacia su persona ronda en su historia, no votes por él porque el día que tome el poder no hará otra cosa que vengarse. ¿Y quienes pagarán sus platos rotos? No te quepa dudas que el pueblo que lo llevó a saciar sus ansias de poder” … Y qué razón tenía. Solo basta hacer un paneo mental por la historia moderna de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Argentina, Brasil y ahora México.

 

Cualquier parecido con la realidad mexicana, puede ser una genuina coincidencia.

 

DE CUANDO A LOS CUBANOS SE NOS METIÓ EN LA CABEZA CONVERTIRNOS EN BALSEROS.


Una de las primeras cosas con las que choqué con apenas 7 años, fue el tenerme que poner una pañoleta —en aquel tiempo era de dos colores; azul y blanco—, alrededor de cuello. Todos los días hacia berrinche. Mi madre me obligaba a ponérmela. Al salir de la casa me la quitaba y me la volvía a poner a la entrada de la escuela. «¿Qué necesidad tengo de ponerme esta cosa?» me preguntaba a cada instante. Poco tiempo después comprendí que era parte del plan. Había que ponerse la pañoleta y había que ser como el Ché Guevara. «¿Por qué tengo que ser como el Ché si yo a quien quiero parecerme es a mi papá?» era otra de las preguntas que me hacía a diario cuando en el acto cívico de la mañana teníamos que gritar a coro esa horrible consigna. «Pioneros por el comunismo… seremos como el Ché».

Por otro lado, chocaba a diario con un letrerito que a mi padre se le ocurrió poner en la puerta de la casa: «Esta es tu casa, Fidel», en una placa metálica con los dos colores de la bandera del 26 de julio. Insisto en que tiempo después lo comprendí perfectamente…, cuando pasé de «Pionero» a convertirme «Balsero». ¿Y saben por qué?

Ya desde el año 1965, el Guerrillero asesino Ché Guevara, en un ensayo que tituló «El socialismo y el hombre en Cuba», mismo que envió a un periodista uruguayo, dejó muy claro, que para que la Revolución se perpetuara en el poder —que no significa que haya durado casi 62 años por ser exitosa— era necesario crear un hombre nuevo. No creo justo para ustedes que les ponga aquí 17 cuartillas escritas por este asesino, pero solo quiero llegar a las bases de este plan macabro que nos hizo desde niño empezar a cuestionarnos muchas cosas.

En este ensayo, el Ché le empezaba diciendo a dicho periodista:

(…) Es común escuchar de boca de los voceros capitalistas, como un argumento en la lucha ideológica contra el socialismo, la afirmación de que este sistema social o el período de construcción del socialismo al que estamos nosotros abocados, se caracteriza por la abolición del individuo en aras del Estado. No pretenderé refutar esta afirmación sobre una base meramente teórica, sino establecer los hechos tal cual se viven en Cuba y agregar comentarios de índole general. Primero esbozaré a grandes rasgos la historia de nuestra lucha revolucionaria antes y después de la toma del poder. (…)

Y después de echarle toda una perorata de la guerrilla y el movimiento 26 de julio, el tipo se fue directo a la yugular:

(…) Intentaré, ahora, definir al individuo, actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad. Creo que lo más sencillo es reconocer su cualidad de no hecho, de producto no acabado. Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas. El proceso es doble, por un lado, actúa la sociedad con su educación directa e indirecta, por otro, el individuo se somete a un proceso consciente de autoeducación. (…)

Por suerte en mi familia el único que era comunista era mi padre. Así que parte de esa inyección de «supuesta educación» para hacerme un hombre sin rezagos del pasado, se les hizo difícil.

Me recuerdo, con solo 7 años escuchar las tertulias que se hacían en casa de mi tía Aleida —quien también fue mi maestra de matemáticas en la escuela primaria—. Ahí se reunían todos los días a jugar dominó apostando frijolitos —por si llegaba algún chivato—, aunque el dinero estaba escondido debajo de la mesa. Ahí fue donde por primera vez, escuché que Camilo Cienfuegos no había desaparecido en un accidente de avión, como contaba el gobierno, sino que había una causa oscura que nadie del pueblo sabía. Como también escuché que los más de 20,000 hombres que decía Fidel habían muerto en la revolución, también estaba dudoso porque nunca habían publicado la supuesta lista. Los datos de Fidel eran distintos a los del pueblo. Y lo que más me llamó la atención fue cuando un amigo de la familia que le decían el chino dijo que vivíamos en un enorme cuento de «buenos y malos», donde era muy difícil darse cuenta quien era el bueno y quien era el malo. Esas palabras sonaron muy fuertes en mi inmadura e inocente mente.

Pero, aunque mi padre me decía que no oyera esas barbaridades, el plan era evidente. La Revolución necesitaba esconder la verdadera historia y hacer una nueva historia. Una división que separara al pasado del presente. Antes de la Revolución y después del triunfo de la Revolución.

Y ahí fue muy claro el Ché en su panfleto al periodista:

(…) Como ya dije, en momentos de peligro extremo es fácil potenciar los estímulos morales; para mantener su vigencia, es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas. La sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela. (…)

Y con esto se necesitaba borrar todo el pensamiento intelectual inteligente de manera tal que todo aquel que pudiera hacer ruido, tenía que ser eliminado y por supuesto culpado. Es entonces cuando el Ché arremete contra la intelectualidad y los escritores:

(…) Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras, pero simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original. Las posibilidades de que surjan artistas excepcionales serán tanto mayores cuanto más se haya ensanchado el campo de la cultura y la posibilidad de expresión. Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas. No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios» que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo. Es un proceso que requiere tiempo. (…)

Tiempo que conocemos de sobra. Esa generación nuestra fue acribillada a ráfagas de consignas, inyecciones de patriotismo, lavativas de socialismo, intravenosas de marxismo leninismo y píldoras de Fidelismo. Empezaba la era de un «nuevo Dios» en Cuba, «Con Fidel todo, sin Fidel nada».

Teníamos que crecer en medio del sacrificio, del cero consumismo, cero caricaturas de Disney sustituidas todas por caricaturas rusas donde «Superman» era ahora el «Tío Estiopa» quien venía a conquistarnos y formarnos como debía ser un niño sumiso y consciente que «ser pobres era sinónimo de ser dignos».

Para esto el guerrillero asesino culminaba su misiva:

(…) No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año se pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad. El individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio; conoce el sacrificio. Los primeros lo conocieron en la Sierra Maestra y dondequiera que se luchó; después lo hemos conocido en toda Cuba. Cuba es la vanguardia de América y debe hacer sacrificios porque ocupa el lugar de avanzada, porque indica a las masas de América Latina el camino de la libertad plena. (…)

Ese fue el tipo de pensamientos que se inculcó, a lo que Fidel Castro llamó el hombre nuevo; la esperanza del futuro, los que darían continuidad a la Revolución. Fue una estrategia muy bien pensada en la que crecimos viviendo en la mentira. Todo empezó desde el mismo primer día en que tomó el poder.

Y así se fraguó el plan…, lo primero que había que hacer era trabajar con los niños y usar la escuela y al maestro como medio de penetración. Y para que la escuela funcionara había que empezar por cambiar la historia y garantizar programas de estudios debidamente estructurados para sembrar la semilla comunista desde edades muy tempranas y que la influencia de los padres pasara a un segundo plano. Y qué mejor que crear una organización que agrupara a los pequeñitos con un guía al frente de cada grupo encargado de controlar y manipular a nuestras inmaduras mentes, y es ahí que empiezan a surgir las famosas siglas de las que hablé en mi columna anterior, la U.P.C., «Unión de Pioneros de Cuba». Al principio trataron de que se pareciera a los grupos de «boy scout» con la finalidad de convertir a los niños en gente responsable, desarrollar el carácter, y desarrollar la autosuficiencia a través de la participación en una amplia gama de actividades colectivas; acampadas, fogatas, excursiones…, siempre sin los padres y así aprovecharse para cultivar en nosotros la doctrina comunista y meternos a la fuerza el amor a los héroes y creer que la revolución era algo noble y bello.

No se me olvida que cada 28 de octubre, los niños, debían desfilar hacia cualquier malecón o riachuelo a echarle una flor o una corona de flores a Camilo Cienfuegos. Uno de los primeros héroes revolucionarios que había desaparecido en el mar cuando fue a meter preso a Huber Matos.

Nos impusieron que teníamos que ser como ese asesino del Ché Guevara, del cual no sabíamos más que lo que nos contaban. Fidel nunca nos contó que el Ché asesinaba a los presos políticos en La Cabaña, que les daba el tiro de gracia, que implantó el terror y el odio entre los presos de aquellos primeros años de revolución. Esos presos que nos vendieron como asesinos y traidores a la revolución por solo no estar de acuerdo con las ideas socialistas de Fidel. Pero, teníamos que ser como él. Teníamos que meternos en la cabeza que si alguien no pensara como nosotros tenía que ser nuestro enemigo, aunque fuera nuestro propio padre.

A esa temprana edad, no existe la madurez necesaria para tener una ideología política definida, pero es la mejor edad para que el niño empiece a absorber como esponja los mensajes subliminales que enviaba el gobierno. Cambiaban la historia de Cuba desde la óptica de la revolución y para eso —como dije anteriormente— había que crear un antes, un después y un punto de partida. El 1ro de enero de 1959 fue el punto de referencia. Antes de esa fecha todo era malo, nada servía, el país estaba oprimido y olvidado bajo los efectos del gobierno asesino, corrupto, y brutal de Fulgencio Batista. Todo era un producto del capitalismo, esa formación económica que engendraba plusvalía y con ello; el mal. Ese sistema económico que dividía a los hombres en ricos y pobres.

Después del 1ro de enero y la llegada de Fidel, todo fue bueno, todo fue justo y ese pueblo olvidado pasó a ser el dueño de su destino. No existe mejor estrategia que aquella en la que se repiten las mentiras y se comienza a fomentar el enfrentamiento entre los niños y su familia. No debe haber existido un hogar en Cuba, por aquellos tiempos, en que un niño escuchara al abuelo decir: Antes de la revolución había de todo y el niño refutarle con fervor revolucionario: Abuelo, pero no teníamos ni salud ni educación gratis como ahora. Y era evidente que para un niño al que la revolución le daba una educación gratuita pudiera pensar que esa revolución fuera algo siniestro.

Algo muy parecido a lo que pasa hoy día en México. Lo anterior, entiéndase neoliberalismo, era malo. Lo de hoy, la carta transformación, es buena. Y cada mañana, en cada espectáculo mañanero el presidente nos lo repite… Allá quien se lo crea.

La escuela llegó a convertirse en la poseedora de la verdad absoluta y la lógica era inculcar esa «verdad» a los niños y a los jóvenes. «Verdades» tales como: que Martí era el autor intelectual del Moncada y el precursor del ideal de la vinculación del estudio y el trabajo. Cosas de las que Martí ni tan siquiera estaba enterado.

Entonces apareció para los jóvenes «el trabajo voluntario», las escuelas al campo y, por último, las escuelas en el campo. Como decía, todo aquello que hiciera que la juventud estuviera menos tiempo en sus casas y más tiempo embebida en consignas, propagandas, multitudes, lemas, y una inyección continúa de ideología. La ideología marxista-estalinista-leninista. La ideología de una izquierda tratando de envenenar al mundo con una doctrina comunista.

O mentiras, tales como, que los que se habían alzado en el Escambray en contra de la revolución eran unos asesinos que mataban guajiros y vacas en el monte, sin escrúpulos y al servicio de la mafia de Miami. O como que Girón fue la primera gran derrota del imperialismo en América y que los mercenarios criminales que desembarcaron por bahía de Cochinos bombardearon a gente inocente, pero que gracias a Fidel en menos de 72 horas fueron derrotados y después cambiados por compotas. O mentiras, tales como que la Universidad era para los revolucionarios y que los homosexuales fueran a las UMAP para curarles la homosexualidad con trabajo forzado. O como escuchar que la religión era el opio de los pueblos y que un religioso en Cuba era un contrarrevolucionario en potencia, porque desde la iglesia se hacía proselitismo contrarrevolucionario.

Nunca, en las escuelas se nos dijo, o escuchamos una noticia de radio ni en televisión «Verdades» como que la revolución socialista era un engaño, ni hablar sobre la cantidad de muertos que hubo en los campos de concentración estalinistas, o publicar libros tales como El archipiélago Gulag uno de esos libros que hacen historia por el sólo hecho de atreverse a narrarla y donde Solyenitzin trata sobre el sistema de campos de concentración y trabajos forzados diseminados por toda Rusia y que fue lo mismo que Fidel quiso implantar con las UMAP. O como que la zafra del 70 fue un despilfarro económico. O que el Ché Guevara fue un asesino. O que Huber Matos no fue un traidor y quien traicionó al país y a la revolución fue el propio Fidel Castro y su hermano Raúl. O que fue el propio Raúl Castro quien asesinó al comandante Camilo Cienfuegos. O que el famoso bloqueo económico de Estados Unidos hacia Cuba siempre ha sido un engaño y un pretexto para fomentar el odio del pueblo cubano hacía el pueblo americano.

Así se fue formando al hombre que Fidel había soñado. Primero pionero, después joven comunista, y como colofón militante del Partido Comunista. Ese es el hombre nuevo, que creció sin valores, sin amor propio, sin amor a la familia, sin amor al prójimo. Un hombre nuevo repetidor de consignas y promotor de una ideología fomentada en el odio y en la destrucción. Un hombre nuevo que desconocía a su propia patria y la sustituía por la patria que había engendrado Fidel.

Por eso es por lo que desde 1965, nació en mi ese Balsero en potencia y que todos los cubanos llevamos dentro. Un Balsero rebelde, idealista, pensante, al que no pudieron doblegar ni convertir en ese Hombre Nuevo que soñó Fidel y que, llegado el momento, metafóricamente hablando, tomaría una Balsa y comenzaría su viaje sin regreso, surcando los mares del Caribe, rumbo a donde el destino lo llevara. Un destino llamado libertad.

Y si quisieran buscar coincidencias con lo que sucede hoy día en nuestro México, solo vean las mañaneras de un presidente, más preocupado en su imagen y popularidad que en los verdaderos problemas por los que atraviesa el país.

Y como dirían en Cuba con mucho sarcasmo: Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.

martes, 5 de noviembre de 2019

Entrevista de Ángel Velázquez a Carlos Alberto.


Leyendo la edición CAAW sobre la novela Epitafio para un sueño, segunda novela publicada por  Carlos Alberto, no puedo pasar por alto sentarnos a la distancia y hacer una entrevista a propósito de la historia y de su autor. Un Físico, graduado del ISP Feliz Varela en Villa Clara, Cuba y devenido en escritor y agente inmobiliario.

Ángel Velázquez (AV): Tuve el gusto de leer tu novela. Sin dudas se trata de una narrativa juiciosa, elegante y penetrante. En ella me encontré a tres personajes que me llamaron mucho la atención. Empecemos por el protagonista: ¿Quién es Pepe el Salao?

Carlos Alberto (CA): Pepe el Salao es un personaje de ficción que cuenta historias reales de muchos amigos y mías propias. Pepe es el cubano de a pie, “Salao” por la naturaleza del entorno vivido en Cuba, no solo en los años 90’s, tiempo en que se enmarca esta historia, sino desde los primeros años de la revolución. Es el cubano que empieza siendo manejado y un buen día descubre que ha sido engañado por años. Pepe es el cubano que depende de una guagua, de una bicicleta, el cubano que vive 18 horas de apagones y que cuando abre el refrigerador no encuentra lo que quiere comer, el cubano que sobrevive en un sistema que lo ha perdido todo, hasta la credibilidad. Pepe es el cubano que no puede irse de vacaciones a un hotel nacional porque solo son para turistas extranjeros. Pepe el cubano que estudió una carrera universitaria y una vez que se gradúa tiene que trabajar en lo que el gobierno quiera y no donde él se sienta satisfecho. Pepe es el cubano que vio a una hermana, a una amiga o incluso a su propia mujer, tener que meterse a jinetera para conseguir unos dólares y tener una vida un poco diferente. Pepe es el cubano que ganaba en moneda nacional y tenía que comprar en dólares. Pepe es todo aquel que se identifique en este personaje, incluyéndome por supuesto a mí.

AV: El segundo personaje es la voz que nos guía a lo largo de toda la novela. ¿Quién es Carlos?

CA: Carlos, es mi otro yo. Es el que sale a estudiar y decide no regresarse. Es el que escribe la historia, es el que se enfrentó a todos los demonios que nacen cuando decides convertirte en un exiliado, el que se convierte en unos minutos en traidor a la patria, en una escoria, por el hecho de decidir donde es mejor para él su vida. Carlos es el que sufre las venganzas de un sistema que no solo te obliga a separarte de la familia, sino que además te impone y te castiga con leyes migratorias que solo están hechas para reprimir al cubano y arrancarlo de lo más valioso que existe para una ser humano; su familia. Y así se cumple el objetivo de todo sistema dictatorial: divide y vencerás.

AV: Y el tercer personaje es el antagónico, por llamarlo de alguna manera. ¿Quién es Ana Bárbara?

CA: Ana Bárbara es un personaje en el que se funden muchas historias. Tuve una vecina a la que vi crecer criada en el seno de una familia humilde y de una moral muy conservadora. Un día, cuando esa niña cumplió sus 18 años, sobre esa familia se nubló el cielo. Creo que cuando cuento el sufrimiento de Pepe porque su mujer lo dejó, cuento el sufrimiento de ese padre cuando se enteró que esa niña a la que vimos crecer se había metido a Jinetera.
Ves cómo viven el duelo y ves además como ese duelo se va convirtiendo en aceptación y más tarde en una complicidad. Ves cómo evoluciona el pensamiento y la niña que era criticada y juzgada ahora se convierte en el sostén de la familia. Al final te das cuenta que en esa época en Cuba (mucho menos hoy)  ni con principios ni con moral podías ir a comprar un kilo de carne al mercado. Hacía falta «el fula» y tenías que tener un medio para conseguirlo. Es triste ver como se prostituye una hija, pero también tienes que sobrevivir.
En Ana Bárbara también se representa a muchas amigas que por el día jugaban el papel de la estudiante abnegada que cumplía con todas las tareas de la escuela y por las noches se vestían de putas para buscarse unos pesos. En ese tiempo cobraban 40 dólares por unas horas. Esos 40 dólares no los ganaba yo en un año, sumando el salario de cada mes.

AV: Me gustaría saber un poco de ti. ¿Quién es Carlos Alberto?

CA: Un tipo cualquiera que siempre ha dicho las cosas como las piensa y es por eso, que siempre lo he considerado mí mejor amigo, al que conocí un día de noviembre del año 58 y que siempre ha estado conmigo durante todos estos años.

AV: El ensueño del condicionamiento constituye para mí como lector, el pecado original de Epitafio para un sueño y médula espinal del impulso narrativo de la novela. Una historia en donde Pepe el Salao, narra con lujo de detalles desde una perspectiva crítica, la formación y evolución del castrismo en Cuba hasta nuestros días. Con pluma ágil y clara, tú desmenuzas cómo y con cuantas mentiras, los castristas, se apoderaron de la nación cubana y la sometieron a los designios macabros de la dictadura comunista. ¿Cuándo dejaste de creer en ese sistema?

CA: Como la gran mayoría de mi generación, dejamos de creer en la revolución cuando sentimos coaccionada nuestra libertad. Fuimos jóvenes formados en la revolución, pero fuimos jóvenes pensantes y rebeldes.
Cuando te das cuenta que no puedes ser porque no te dejan ser, empiezas a cuestionar muchas cosas.
Creo que por respeto a mi padre y por no sumarle un sufrimiento más a las muchas discusiones que tuvimos por cuenta de su revolución, fui un poco más prudente. Pero cuando vives en carne propia que esa revolución que mi padre tanto defendió y para la que vivió fue la misma que lo orilló a quitarse la vida, entonces te conviertes en una víctima de ese sistema.
Ese año que mi padre se quitó la vida, le declaré la guerra a su revolución.

AV: ¿Cómo y cuándo llegaste a México?

CA: Llegué a México en agosto del 95. Vine a estudiar un doctorado a la UNAM y aquí me quedé. Este país me abrió sus puertas a un mundo de posibilidades y le estaré eternamente agradecido y desde el mismo primer día que puse un pie en México, supe que jamás regresaría a Cuba.

AV: ¿Nunca has pensado venir a vivir a Miami?

CA: Por pensar no se paga. Lo he pensado muchas veces, pero cuando formas una familia y cuando tienes un negocio propio, ya piensas más en el hecho de empezar de cero en otro lugar. Miami, me fascina y al mismo tiempo me da miedo porque Miami tiene la peculiaridad que cuando llegas y la vives, nadie se quiere ir de Miami.
Allá tengo a mis mejores amigos, con los que crecí, con los que estudié, con los que pasé los mejores momentos de mi adolescencia. Pero ya es un poco tarde y no se tiene la juventud necesaria para empezar desde cero a rehacer una vida. Tal vez Miami sea parte de mi jubilación, cuando decida no trabajar más y dedicarme solo a la escritura. Pero creo que para eso todavía falta un poco de tiempo.

AV: Volviendo a la novela Epitafio para un sueño, he podido constatar que es un hábil testimonio que reflexiona sobre los mecanismos dictatoriales y comunistas, la manera de como desterraron de Cuba el derecho a la expresión pública, estableciendo la censura ideológica en todas las esferas de la vida cubana. Escrita retrospectivamente, haciendo uso de la memoria y la experiencia individual, Pepe se expresa a través de su personaje. ¿Por qué decidiste comenzar la novela justamente un 26 de noviembre del 2016 a las 12:05 a.m.?

CA: Se dieron muchos factores para comenzar con esa retrospectiva y empezar en el presente e ir navegando a través de la historia vivida. Yo había estado en Miami en noviembre del 2016 para presentar mi primera novela llamada 2x2 no siempre es 4. Había vivido una experiencia verdaderamente inolvidable al rencontrarme con amigos que hacía más de 30 años no veía. Amigos que fueron parte de toda mi adolescencia y un poco más. Esa fue la primera razón.
La segunda causa fue que a esa misma hora en la que empieza la novela, recibí una llamada telefónica desde Miami. Un gran amigo me despertaba para darme la noticia que había muerto Fidel.
Ese fue el colofón para darle esa forma a Epitafio para un sueño. Traté de regalarme el sueño de celebrar con todos ellos que ya había muerto, aunque no de la forma que muchos hubiéramos queríamos, el hombre que nos causó tantos sufrimientos. Y con ese hecho, cerré el círculo para redondear la historia. Y así salió Epitafio para un sueño.

AV: ¿Por qué escoges el año 94 como el tiempo en que se desarrolla la historia?

CA: El año 94 fue un año duro en mi vida y en la de los cubanos. En ese año viví un divorcio y lo asocié con el drama que vivía Pepe el Salao en la novela, a quien su mujer lo había dejado para meterse a jinetera. Pepe se pierde en el sufrimiento de ese amor y se entrega a la bebida y descuida por completo a su vida y su salud. Algo parecido viví en ese año. Sumado a que en el 94, como ya te conté, fue el suicidio de mi padre.
También en el 94 sucedieron los hechos del Maleconazo en La Habana y el hundimiento del remolcador 13 de Marzo. Sin lugar a dudas, ese año me marcó muy fuerte y es por eso que decidí inspirarme en esos tristes momentos.
 
AV: Como casi todo un historiador de las mentalidades, extraes de la historia transcurrida el lenguaje necesario para expresar, en la estructura narrativa de la novela, todo tipo de caracterización intrínseca al régimen totalitario: la falta de libertad, la angustia y la desesperanza en el porvenir. ¿Siempre te inspiras en la tristeza para escribir?
CA: No siempre. Aunque creo que la tristeza es un buen punto de partida si quieres darle a una novela los ingredientes necesarios para formar una buena trama. Y en el caso específico de esta historia; la falta de libertad, la angustia y la desesperanza han formado a los largo de estos 59 años de revolución, un factor común en los cubanos. Son parte de nuestra vida. Creo que todos los que tuvimos la suerte de escapar de Cuba, llevamos en nuestro ADN a esos tres elementos que nos acompañaron durante nuestra vida en Cuba, e incluso estando fuera nos tocan, porque dejamos a nuestra gente atrás, a nuestros hijos, a nuestros padres, y mientras ellos no salgan, te acompañan en tu ya libre andar. Es muy difícil para un exiliado, desprenderse totalmente de ese pasado. Es una carga que llevamos en nuestras espaldas.

AV: Hay una frase que usas en la novela que en lo particular me gustó mucho: “Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo” Aquí se me ocurren dos preguntas: ¿Lo has experimentado en tu vida personal? y ¿Por qué lo usas en la novela?

CA: Claro que lo he experimentado. Mientras viví en Cuba lo tuve que hacer. Fingir que eras feliz y para eso tenías que hacerte el idiota. De hecho hay un fragmento de una conversación entre Pepe y Pedro, un médico de la familia que vive totalmente frustrado, donde se ilustra un claro ejemplo de esta frase:
“Vivimos en un país donde, para sobrevivir, hay que estar siempre fingiendo. Yo vivo fingiendo, diciendo cosas que ni yo mismo creo, pero que es necesario que se oigan. Todos fingen y así nos pasamos la vida, para que el sistema y su camarilla de chivatos crean que somos uno más de los suyos. Si no fingimos, no sobrevivimos. Ya viste por todo lo que pasó mi hermano por decir lo que pensaba. Pero te juro, Pepe, que ya estoy cansado de fingir que me siento el mejor médico del mundo en este consultorio de mierda, cuando hubiese querido especializarme en medicina interna y por capricho de tu presidente tengo que esperar a terminar esta especialidad de médico integral de familia. Finjo que soy feliz cuando tengo guardia en el hospital y me meto 24 horas trabajando, y cuando termino la guardia y llego aquí, tengo diez pacientes esperándome sin que me permitan dormir, al menos, un par de horas. A todos les muestro una sonrisa, cuando en realidad vengo que no puedo ni con mi vida. Pero tienes que fingir. Yo finjo, tú finges, todos fingimos. Hasta los dirigentes fingen. Por eso yo, ¡ya me cansé!”
Y claro, mientras finjamos y no seamos cómplices de esa dictadura, todo es entendible. El cubano de adentro no tiene muchas opciones, más que caer en la terrorífica máquina de moler carne que usa la dictadura.
En cuanto a la segunda pregunta no puedo darte muchos detalles porque sería revelar un poco el desenlace de la historia, pero Pepe tiene que hacer uso de esa frase y fingir que ha perdonado a la mujer que le destrozó la vida. Y es ahí donde juego un poco con ese eterno rencor que hemos vivido los cubanos, durante todos estos años de dictadura en la Isla. Esa ridícula formula que ha usado el gobierno de dividir a los cubanos en dos bandos. Los buenos y los malos. Los revolucionarios y la gusanera. Los hijos de revolución y la mafia de Miami. Cosa que también hemos aplicado nosotros en el exilio. Y ahí es cuando viene el gran dilema para Pepe. ¿En qué bando estoy ahora? Y esa encrucijada en la historia, nos lleva sin dudas a la reflexión en términos del perdón. ¿Algún día podremos perdonar todo el daño que nos han hecho? Y ahí se queda abierto un poco el final de la novela para poder dar entrada a la segunda parte de esta historia.

AV: Entonces ¿habrá otra parte de Epitafio para un sueño?

CA: De hecho ya está escrita. Esta novela se mueve entre el año 2017 y el año 1994, pero queda un hueco en ese lapso de tiempo en el que no se sabe cómo vivieron esos personajes que logran huir de Cuba y como estando ya en exilio, siguen siendo víctimas de esa dictadura.

AV: Una pregunta obligada. Ya pasó un año de la muerte de Fidel y en Cuba nada parece moverse. ¿Vislumbras algún cambio importante para los cubanos a corto plazo?

CA: A veces odio mucho ser fatalista y no creer que las cosas puedan cambiar en la isla, pero ellos mismos nos llevan a seguir dudando que mientras los Castros sigan en el poder o cualquiera que llegue que sea un títere del castrismo, en Cuba, como dice la canción, el cuartito estará igualito.

AV: ¿Dos escritores cubanos que hayan sido un referente para ti?

CA: Eliseo Alberto (Lichy) y Reinaldo Arenas. A este último hago un pequeño homenaje en Epitafio. Al comienzo de cada capítulo coloco uno de sus poemas. Creo que Reinaldo Arenas fue uno de los primeros “Pepe el Salao” de los tantos que hemos existido en la isla.

AV: ¿Un escritor no cubano?

CA: John Katzenbach.
AV: ¿Escribes poesía?

CA: No puedo llamar poesía a lo que escribo por respeto al género y a los poetas. Le he escrito muchas a mi esposa pero sin técnica, solo con sentimientos. Son poemas que han surgidos entre ayes y gemidos.

AV: ¿Cómo defines el  termino Cubanidad?

CA: Es la esencia o la individualidad dentro de lo universal. Es lo que nos diferencia del resto del mundo incluso no estando en Cuba. Es la comida, es el bolero, es el son cubano. Es el amor a la bandera y a la patria, es el sentirse cubano donde quiera que uno esté.
Es también odiar a quien oprime y roba nuestra libertad.
Es el vibrar cuando ves el éxito de un cubano. Es en esencia, la calidad de esa cultura que nos distingue y la hace peculiar.
La cubanidad está también en nuestro café negro, en nuestro tabaco, en el guarapo. En el sol y en nuestras playas, es por último el exilio lleno de añoranzas.

AV: Por último, ¿Algún agradecimiento especial?

CA: No podría cometer el pecado de dejar de mencionar a personas importantes en este andar literario.
Primero a un gran amigo, Denis Fortún, sin él no hubiera conocido a Yovana Martínez que creyó en mí como escritor. Gracias a ella empezamos a darnos a conocer y el resultado ya es notable. Ella me abrió las puertas que nadie, ni notables escritores del exilio, habían querido abrirme.
Quiero agradecer a todos los amigos que son parte de esta historia de Epitafio y se convirtieron en personajes entrañables de la novela. Jacobo, Rey, el Yankee, Orbe el flaco, que aunque aparecen con otros nombres, sus vivencias bajo el yugo de la tiranía son parte esencial de la trama.
Quiero agradecer en todos los que han creído en mí, en especial a mi más ferviente fan; mi esposa. Cuando ves a Gaby emocionarse y derramar una lagrima o una sonrisa mientras lee mis escritos, me da la seguridad  necesaria para creer en lo que hago y que a otras personas le puede estar pasando lo mismo mientras me leen. Es algo maravilloso.
Quiero agradecerte a ti Ángel Velázquez, que también has creído en mí y has invertido un espacio de tu gran agenda de trabajo para hacerme estas preguntas y para escribir una reseña de Epitafio para un sueño en tu más reciente publicación de Reseñas. Te deseo todo el éxito del mundo en la 1ra Convención de la Cubanidad. Tienes un gran equipo y han trabajado mucho para lograr este sueño del cual no escribiremos epitafios, sino historias que harán historias.
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